Ya sea en el ámbito laboral, amoroso, social, económico, salud u otro, si no estamos alcanzando las metas propuestas, no estamos siendo felices, no estamos avanzando… ¿debo renunciar?
Crecimos pensando que renunciar es sinónimo de fracaso. Esa es la primera creencia que debemos eliminar. Al querer evitar la renuncia, estiramos la situación al límite, muchas veces nos quedamos atascados en proyectos que ya no nos llenan, simplemente porque no queremos sentir que fracasamos, pero lo que no entendemos es que la presión de estar intentándolo sin lograr resultados termina por hundirnos más.
Debemos entender que renunciar es también parte del proceso, debemos cortar la pena y la culpa, asumir con orgullo que tuvimos la fuerza para ceder y abandonar. Convencernos que estamos preparados para algo más grande, por eso tanta señal de incomodidad que nos llevan a terminar la situación que nos limita.
Creo que debemos intentar una vez, conversar con los protagonistas relacionados e instalar una nueva mirada, salir de la zona de confort para poder lograr nuestros nuevos objetivos.
Pero antes de esto, debemos analizar porque seguimos en el intento, tendrá que ver alguna creencia de nuestro sistema familiar o estaremos pasando por una presión social. Es muy frecuente que la presión externa y expectativas de los demás influyan en nuestra decisión de quedarnos atascados, insistiendo en algo que no está dando frutos. Así como insistir y luchar por nuestros sueños requiere esfuerzo, saber cuándo desistir de ellos también amerita el mismo nivel de valentía.
Lo más importante es tener claro que las respuestas deben venir de nosotros mismos y estar atentos a las señales, a las opciones y a nuestro merecimiento.
No te sientas culpable, no es una cuestión de rendirse, es renunciar para continuar otras metas. Además, no olvidemos que la magia está en el proceso, no en el resultado final y de toda esa experiencia algo siempre queda.